“LAS MENINAS”

 

 

 

Pintado al óleo sobre un lienzo, montado sobre un bastidor de madera de 3,21 metros de alto por 2,81 de ancho, los estudios radiográficos han revelado numerosas correcciones en la postura de los personajes, lo que muestra el empleo de la técnica veneciana (inventada por Giorgione y habitual en Velázquez) de pintar directamente, sin bocetos ni dibujos previos, con sucesivas capas de pintura, lo que permite lograr «mayor espontaneidad, colorido y frescura.»

La estructura interna del cuadro, lo que da unidad y coherencia al conjunto, además del haz de miradas que confluyen en el asombrado espectador convirtiéndolo en tema y parte integrante del mismo, es la luz y la atmósfera que transfigura por completo a los personajes y la unidad de enfoque. La habitación está toda en penumbra y la luz entra tangencialmente en ella por tres puntos distintos: por los ventanales primero y último a la derecha y por la puerta del fondo. Es el mismo esquema que ya adelantara Leonardo en La Virgen de las rocas. La luz que entra por el primer ventanal ilumina directamente a la infanta, a María Agustina Sarmiento y, parcialmente, a la otra menina, que se destacan vigorosamente sobre la penumbra de la galería; pero deja a contraluz las figuras de los enanos, el perro y el rostro de Isabel de Velasco. El Sevillano emerge discretamente detrás de su enigmático cuadro, pero los demás personajes se desvanecen envueltos en la penumbra de una atmósfera casi tangible que los desrealiza, aunque contribuyen a acentuar la sensación de espacio vivo que ellos crean con su presencia. Y al fondo otros dos golpes de luz: la puerta abierta, con el contraluz del mayordomo de palacio, que, al abrirse hacia otro espacio, nos delimita el del cuadro y lanza una estocada de luz hacia la izquierda que hace más viva la sombra y el espejo, que nos devuelve las efigies de los reyes y complementa el mismo espacio que la puerta determina. En la sombra o en el contraluz los detalles se pierden y los contornos se esfuman. Como esa mano levantada de Nicolasito Pertusato lograda por medio de vigorosas pinceladas para captar el sentido del movimiento. Como el rostro de la enana, borroso además porque, al adelatarse, queda fuera del foco de la mirada. O como el perro:

»Este del perro es quizá uno de los trozos más atrevidos de técnica de todo el lienzo. Tanto el perro como los dos enanos están pintados con un poder de síntesis no igualado en la historia de la pintura. Es el grupo que está más cerca del balcón que ilumina la estancia; por ello los contrastes de luz, aun no siendo esta muy violenta, son vigorisos, y plantesan en cada detalle problemas de ejecución que Velázquez ha resuelto con una justeza verdaderamente genial. El perro está pintado a grandes masas en las partes brillantes, y con enérgicas pinceladas definidoras en las oscuras. Obsérvese en la silueta del animal, a la izquierda, ese halo de luz que envuelve la forma, modelándola, hecha con un subrayado del pincel, y que aún en la fotografía deja sentir su eficacia. El modelado con pura luz, prescindiendo de líneas, con ese desenfoque que corresponde a su situación en el cuadro y a la iluminación que recibe, está magistralmente realizado en el rostro de la enana y en la cabeza y manos del muchacho.»2

 

El barroco. Es la confusión típica del mundo y del arte barrocos. Un mundo que siente que le falta el suelo bajo los pies porque ya no está seguro de que su mundo, la Tierra, sea el centro de todo lo creado. Porque ha visto el magisterio espiritural de Roma combatido triunfalmente. Porque ve la Monarquía -el eje y fundamento del orden social- contestada en Inglaterra y en Holanda. Porque ha visto a los filósofos convertir la duda en principio metodológico de un sistema que cuestiona todo el saber antiguo. ¿Quién puede estar ya seguro de nada? No muchos años después Valdés Leal expresará en las Postrimerías este desencanto que produce todo lo terreno y Murillo tratará de engañarse y engañarnos pintando almibaradas Vírgenes y pilluelos. De esta situación de crisis social, política y espiritual surge el barroco como estilo de una época. Las formas se desconyuntan y el equívoco se hace protagonista en las obras. La verdad ya no es un duro e impenetrable prisma de mármol blanco bañado por el sol del mediodía. ¿Hay acaso una Verdad? Por eso los reyes de Velázquez se esfuma borrosos en el fondo de un espejo y la luz ey el aire deforman los perfiles de las figuras. Las personas y las cosas son efímeras como un sueño -Antonio de Pereda pinta El sueño del caballero, Calderón escribe La vida es sueño y don Quijote ha visto transfigurarse los castillos en ventas y los gigantes en molinos-; sólo el espacio y la luz permanecen. Pero hay más. En España la Monarquía de su Majestad Católica atraviesa en esos momentos por una gravísima crisis política que ha terminado con su hegemonía europea y pone en peligro la unidad penínsular -la unidad de España- tan pacientemente lograda. Las Provincias Unidas -Holanda- se han separado definitivamente del Imperio. Los famosos tercios castellanos, invencibles desde el Gran Capitán, están siendo derrotados en los mismos escenarios de sus resonantes victorias. El reino de Portugal se ha separado virtualmente de la Monarquía y el principado de Cataluña amenaza también con hacerlo. Madrid, la capital del imperio más poderoso y rico del mundo, está llena de mendigos harapientos, mientras su estirada y orgullosa nobleza se encierra en sus palacios desentendiéndose de la cosa pública. ¿Qué de extraño tiene, pues, que en medio de este panorama desolador las formas pierdan sus contornos en la calma del estudio y los reyes, la Monarquía, se hundan inciertos en la oquedad de un espejo casi perdido en la pared? ¿Respeto a las reglas del protocolo o ironía velazqueña? ¿Reflexión sobre lo inestable de las glorias terrenas?

 

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